La Montaña de la Flor, un rinconcito escondido en las cordilleras de Honduras, es el hogar de los tolupanes uno de los 9 pueblos indígenas y afrohondureños. Muchos tolupanes conservan su cultura y eso convierte el viaje en una linda aventura. Tan solo queda a 3 horas y media de la capital Tegucigalpa, una distancia cerca; pero en desarrollo humano están tan lejos que lo hace a uno sentirse miserable.
Uno aquí se hace miles de preguntas. Voltea a todos lados. Por qué tan cerca de la capital y tan olvidados? parece intencional.
Para llegar ahí hay que partir por la carretera que, de la capital conduce a Olancho, después de Talanga hay una vía con rumbo a la montaña, la carretera es de tierra y es buena hasta Orica, un municipio del departamento de Francisco Morazán, de ahí en adelante, hacia los tolupanes, la carretera da ganas de llorar. Un carro sencillo no entra, por lo menos debe ser un pick up fuerte; lo mejor es un todoterreno portentoso, con tracción en las cuatro ruedas.
Impresiona meterse a los ríos y sentir la fuerza del agua cuando golpea sobre el vehículo. Por ratos se asoman unos abismos que producen terror desde la ventana del carro. Al llegar a San Juan, una de las tribus, es como que el tiempo se detuvo. No hay desarrollo, gente viviendo en la miseria. Rostros llenos de tristeza. Caras de miseria, cero esperanzas, esos ojos que parecen dibujados transmiten decaimiento, agotamiento, desaliento, cansancio. Unos labios que no conocen la sonrisa.
Aquí es donde cualquiera puede ser un gran benefactor. Aparecen humildes mujeres con sus hijos amarrados en la zona media de su cuerpo, con unas telas que hace mucho perdieron su color. Largas cabelleras que no saben de corte. Vestidos ralos, gente que están muy abajo en la economía.
Mientras platico con mi compañera de misión, Johana Ordoñez y Carlos Palacios, aparecen dos mujeres vendiendo collares, cuestan 40 lempiras, “cómprenme uno por favor”. Le compro uno, luego vienen otras vendedoras “Cómpreme a mí”, después unas niñas con canastitas que dan a diez lempiras. Para traerme dos canastas debo pedirle prestado 20 lempiras a Palacios.
Hacemos un espacio para conocer a Cipriano Martínez, el cacique. Tiene 113 años. Dice estar enfermo y enmedio de la plática moderada por Palacios, emite una gran frase «Cuando uno está enfermo, ni gente es».
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