Piraera es un municipio del departamento de Lempira en la República de Honduras.
En este pueblo existió el cacique Lempira, quien recibió el poder del cacique Etempic cuando llegaron los españoles y tuvo su asiento en la Provincia de Cerquín.
Sus primeros pobladores llegaron de los pueblos San Antonio, Santa Lucía y Magdalena de Intibuca. En el libro de registros de 1702 están asentados algunas personas.
En 1791, en el primer censo de población de 1791, aparece como un pueblo del Curato de Cerquin.
En 1889, en la división política territorial de 1889 era un municipio del Distrito de Candelaria.
Se podría decir que el cultivo de café el principal producto de este municipio, aunque el ganado, productos lácteos, maíz, frijóles y el comercio no están tan relegados. Los recursos forestales son abundantes y aportan a la economía del municipio. Cuenta con la dicha de tener varias fuentes naturales de agua, que son aprovechadas para el consumo de personas y ganado, y una pequeñas parte para el riego de cultivos. También cuenta con electricidad, la alcaldía cuenta con servicios de internet. Hay muchas tiendas de abarrotes, y se cuenta con servicios comunicación móvil. En casas particulares venden combustibles fósiles.
Se ubica a 105 km de la Ciudad de Gracias, se tienen que cruzar los municipios de Santa Cruz, San Andrés y Gualcince, Atravesando toda la Montaña de El Congolón. El desvío a Piraera se ubica a 85 km de Gracias, se debe girar a la izquierda, en todo caso se puede preguntar a los locales por direcciones.
La carretera es mantenida en buen estado por el «»Fondo Cafetero» y el «Fondo Vial«, pero se debe tener mucho cuidado en invierno porque se producen deslizamientos. La cabecera tiene pocos atractivos turísticos, tiene la típica distribución colonial. Lo más interesante podría ser caminar a algunos de las colinas con vista panorámica hacia la República de El Salvador y el Departamento de Intibucá.
Solemnidad de san José, esposo de la bienaventurada Virgen María, varón justo, nacido de la estirpe de David, que hizo las veces de padre al Hijo de Dios, Cristo Jesús, el cual quiso ser llamado hijo de José y le estuvo sujeto como un hijo a su padre. La Iglesia lo venera con especial honor como patrón, a quien el Señor constituyó sobre su familia.
El matrimonio de José con María fue un verdadero matrimonio, aunque virginal. Poco después del compromiso, José se percató de la maternidad de María y, aunque no dudaba de su integridad, pensó “repudiarla en secreto”. Siendo “hombre justo”, añade el Evangelio -el adjetivo usado en esta dramática situación es como el relámpago deslumbrador que ilumina toda la figura del santo-, no quiso admitir sospechas, pero tampoco avalar con su presencia un hecho inexplicable. La palabra del ángel aclara el angustioso dilema. Así él “tomó consigo a su esposa” y con ella fue a Belén para el censo, y allí el Verbo eterno apareció en este mundo, acogido por el homenaje de los humildes pastores y de los sabios y ricos magos; pero también por la hostilidad de Herodes, que obligó a la Sagrada Familia a huir a Egipto. Después regresaron a la tranquilidad de Nazaret, hasta los doce años, cuando hubo el paréntesis de la pérdida y hallazgo de Jesús en el templo.
Después de este episodio, el Evangelio parece despedirse de José con una sugestiva imagen de la Sagrada Familia: Jesús obedecía a María y a José y crecía bajo su mirada “en sabiduría, en estatura y en gracia”. San José vivió en humildad el extraordinario privilegio de ser el padre putativo de Jesús, y probablemente murió antes del comienzo de la vida pública del Redentor.
Su imagen permaneció en la sombra aun después de la muerte. Su culto, en efecto, comenzó sólo durante el siglo IX. En 1621 Gregorio V declaró el 19 de marzo fiesta de precepto (celebración que se mantuvo hasta la reforma litúrgica del Vaticano II) y Pío IX proclamó a san José Patrono de la Iglesia universal. El último homenaje se lo tributó Juan XXIII, que introdujo su nombre en el canon de la misa.